Tener salud y fortaleza física, estar rodeado de afectos y la posibilidad de realizar cualquier cosa que uno se proponga, en numerosas ocasiones pasa a un segundo plano para priorizar otro tipo de bienes como los materiales o el reconocimiento social. Sólo volvemos a darle su verdadero lugar cuando un evento fatídico nos hace meditar sobre la manera tan superficial en que hemos dejado transcurrir nuestra existencia y entonces sí, hasta ese trabajo y esas personas que tanto creíamos odiar vienen a nuestra mente como una bendición y somos capaces de reconocerlas en todo lo que valen.
Sogyal Rimpoché, autor de "El libro tibetano de la vida y de la muerte", explica que: “Aquellos que comprenden cuán frágil es la vida, saben mejor que nadie hasta qué punto es valiosa. Que nos tomemos la vida en serio no significa que debamos pasar toda nuestra existencia meditando como si viviéramos en las montañas del Himalaya o como se hacía antaño en Tibet”.